He aqui una prueba para verificar si tu misión en la tierra ha concluido: Si estas vivo, no ha concluido. Richad Bach

sábado, 9 de enero de 2010

EL CASTILLO DEL SILENCIO


ABANDONADO A SU SUERTE, el caballero asomó la cabeza con precaución por la puerta del castillo. Las rodillas le temblaban ligeramente, por lo que producía un ruido metálico a causa de su armadura. Como no quería parecer una gallina frente a una paloma, en caso de que Rebeca pudiera verle, reunió fuerzas y entró valientemente, cerrando la puerta a sus espaldas.
Por un momento deseó no haber dejado atrás su espada, pero Merlín le había prometido que no tendría que matar dragones, y el caballero confiaba plenamente en el mago.
Entró en la enorme antesala del castillo y miró a su alrededor. Solo vio el fuego que ardía en una enorme chimenea de piedra en uno de los muros y tres alfombras en el suelo. Se sentó en la alfombra más cercana al fuego.
El caballero pronto se dio cuenta de dos cosas: primero, parecía no haber ninguna puerta que lo condujera fuera de la habitación, hacia otras áreas del castillo. Segundo, había un extraordinario y aterrador silencio. Se sobresaltó al notar que el fuego ni siquiera chasqueaba. El caballero pensaba que su castillo era silencioso, especialmente en las épocas en que Julieta no le hablaba durante días, pero aquello no era nada comparado con esto. El Castillo del silencio hacía honor a su nombre, pensó. Jamás en su vida se había sentido tan solo.
De repente el caballero se sobresaltó por el sonido de una voz familiar a sus espaldas.
- Hola, caballero.
El caballero se giró y se sorprendió al ver al rey aproximarse desde una esquina lejana de la habitación.
- ¡Rey! –dijo con la voz entrecortada-. Ni siquiera os había visto. ¿Qué estáis haciendo aquí?
- Lo mismo que vos, caballero: buscando la puerta
El caballero miró a su alrededor otra vez.
- No veo ninguna puerta.
- Uno no puede ver realmente hasta que comprende –dijo el rey-. Cuando comprendáis lo que hay en esta habitación, podréis ver la puerta que conduce a la siguiente.
- Definitivamente, eso espero, rey –dijo el caballero-. Me sorprende veros aquí. Había oído que estabais en una cruzada.
- Eso es lo que dicen siempre que viajo por el Sendero de la Verdad –explicó el rey-. Mis súbditos lo entienden mejor así.
El caballero parecía perplejo.
- Todo el mundo entiende las cruzadas –dijo el rey- pero muy pocos comprenden la Verdad.
- Sí – asintió el caballero-. Yo mismo no estaría en este sendero si no estuviera atrapado en esta armadura.
- La mayoría de la gente está atrapada en su armadura –declaró el rey.
- ¿Qué queréis decir? –preguntó el caballero.
- Ponemos barreras para protegernos de quienes creemos que somos. Luego un día quedamos atrapados tras las barreras y ya no podemos salir.
- Nunca pensé que vos estuvierais atrapado, rey. Sois tan sabio... –dijo el caballero.
El rey soltó una carcajada.
- Soy lo suficientemente sabio como para saber cuando estoy atrapado, y también para regresar aquí para aprender más de mí mismo.
El caballero estaba entusiasmado, pensando que quizás el rey podría mostrarle el camino.
- Decidme –dijo el caballero, su rostro iluminado-, ¿podríamos atravesar el castillo juntos?. Así no sería tan solitario...
El rey negó con la cabeza.
- Una vez lo intenté. Es verdad que mis compañeros y yo no nos sentíamos solos porque hablábamos constantemente, pero cuando uno habla es imposible ver la puerta de salida de esta habitación.
- Quizás podríamos limitarnos a caminar juntos, sin hablar - sugirió el caballero. No le apetecía mucho tener que caminar solo por el Castillo del Silencio.
El rey volvió a negar con la cabeza, esta vez con más fuerza.
- No también lo intenté. Hizo que el vacío fuera menos doloroso, pero tampoco pude ver la puerta de salida.
El caballero protestó.
- Pero si no estabais hablando...
- Permanecer en silencio es algo más que no hablar –dijo el rey-. Descubrí que, cuando estaba con alguien, mostraba solo mi mejor imagen. No dejaba caer mis barreras, de manera que ni yo ni la otra persona podíamos ver lo que yo intentaba esconder.
- No lo capto –dijo el caballero.
- Lo comprenderéis –replicó el rey- cuando hayáis permanecido aquí el tiempo suficiente. Uno debe estar solo para poder dejar caer la armadura.
El caballero estaba desesperado.
- ¡No quiero quedarme aquí solo! –exclamó-, golpeando el suelo con el pié, y dejándolo caer involuntariamente sobre el pie del rey.
El rey gritó de dolor y comenzó a dar saltos.
¡El caballero estaba horrorizado! Primero al herrero; ahora al rey.
- Perdonad señor –dijo, disculpándose.
El rey se acarició el pie con suavidad.
- Oh, bueno. Esa armadura os hace más daño a vos que a mí –luego, miró al caballero con expresión sabia-. Comprendo que no queráis quedaros solo en el castillo. Yo tampoco lo deseaba las primeras veces que estuve aquí, pero ahora me doy cuenta de que lo que uno ha de hacer aquí, lo debe hacer solo.- Dicho esto, se alejó cojeando al tiempo que decía-: Ahora debo irme.
Perplejo el caballero preguntó
- ¿Adonde vais? La puerta está por aquí.
- Esa puerta es solo de entrada. La puerta que lleva a la siguiente habitación está en la pared más lejana. La vi, por fin, cuando vos entrabais –dijo el rey.
- ¿Que queréis decir con que por fin la visteis? ¿No recordabais donde estaba, de las otras veces que estuvisteis aquí? –preguntó el caballero, sin comprender por que el rey continuaba viniendo.
- Uno nunca acaba de viajar por el sendero de la Verdad. Cada vez que vengo, a medida que voy comprendiendo cada vez más, encuentro nuevas puertas. –El rey se despidió con la mano-. Trataos bien, amigo mío.
- ¡Aguardad, por favor! –le suplicó el caballero.
El rey se volvió y le miró con compasión.
- ¿Sí?
El caballero que no podía hacer que tambalease la resolución del rey, pidió:
- ¿Hay algún consejo que me podáis dar antes de iros?
El rey lo pensó un momento, luego respondió:
- Esto es un nuevo tiempo de cruzada para vos, querido caballero: una que requiere más coraje que todas las otras batallas que habéis conocido antes. Si lográis reunir las fuerzas necesarias y quedaros para hacer lo que tenéis que hacer aquí, será vuestra mayor victoria.

...del libro “El caballero de la armadura oxidada” de Robert Fisher